Domingo 19 de octubre, lo que podría ser el final no esperado de un regreso impresionante o el inicio de el clásico de otoño con los campeones defendiendo su título. Después de lo que han logrado no una, si no ya con esta tres temporadas, las esperanzas y confianza están desbordadas; para mi este séptimo juego es mas de trámite que necesario. Los red sox son por mucho, los campeones de la liga americana, pero no; la regla marca ganador al que se lleva 4 de 7 juegos y hoy, es el último, uno mas, el definitivo.
Abriendo por Boston, nuevamente Lester con la posibilidad de sacarse la espina de la derrota anterior; abriendo de nuevo en St.Petersburgo con el apoyo de la defensiva bostoniana que tiene más corazón y garra que cualquiera. Necesitamos que la ofensiva venga a matar para poder contrarrestar la sicología aplicada que Maddon de seguro y como ha demostrado, trabajó con sus jugadores para sacar la casta y no dejarse vencer. No está fácil, en este juego, no hay nada para nadie; lo único que queda es analizar quien viene mentalmente mas afectado: unos Rays que hace tres juegos ya se veían celebrando y que a estas alturas continuarían lavándose la champaña del cabello, o unos Red Sox que hace unos días no tenían mas futuro que ese mismo juego y que uno a uno han venido de atrás para enfrentarse de igual a igual el día de hoy. Y empezando el juego, llega Pedroia a poner las cartas sobre la mesa – home run solitario para iniciar con ventaja de 1-0. El pitcheo de Lester sólido, consistente, pero igual el de Garza quien no permite ninguna otra oportunidad de agrandar la ventaja. Pero a Lester ya lo estudiaron, lo tienen perfectamente analizado, saben en donde le duele, que es lo que sigue, como va a querer dominar; los Rays se han vuelto especialistas en vencer medias rojas y Yankees, pero no especialistas en ganar. Es entonces que viene la carrera del empate para Rays. En Tropicana Field este empate les sabe a victoria; si estuviéramos en Fenway seria un silencio que ensordece. Pero la historia se esta escribiendo esta temporada en Florida.
Llega la carrera de la ventaja, ambas producidas de forma sencilla, manufacturadas, la primera con doblete de Longoria y la segunda con sencillo de Rocco Baldelli; 2-1 en Tropicana Field en la quinta entrada… es la locura; pero tienes que creer y medias rojas tienen todavía cuatro oportunidades de alcanzar y ganar. Llega la séptima entrada, misma que resulta perfecta para Aybar que batea home run que agrega una mas para el 3-1. No pasa nada; no quiero que pase nada; quiero seguir creyendo y los nervios de empatía con un equipo cuyo espíritu los tiene aquí contra toda estadística y contra toda posibilidad me están ganando; tengo que creer. Y después de la séptima entrada, los red sox no permitieron nada a los Rays, ni una sola carrera más, ni una sola humillación mas; lo único que queda por hacer es encontrar la ventana de oportunidad que les permita repetir la hazaña, esta vez, solo necesitan dos para empatar y tres para ganar. Son dos entradas las que quedan para hacerlo; justo antes del último out de la novena entrada, me levanté de mi lugar para caminar la ansiedad, para controlar la emoción y ser objetiva, para permitirme respirar, para poder volver y ver que mis red sox, que ellos, lo hicieron de nuevo.
Pero no. No sucedió. El juego terminó. Y es ahí, cuando no pude ver el festejo que debió ser nuestro y me desplomé como hacía mucho tiempo no lo hacía, me perdí en un sentimiento de tristeza como hacía tiempo no sentía; el resto de la noche fue desahogarme y tratar de entender, no el resultado del juego, ese fue muy claro, si no como encontrarle sentido a lo que vi, sentí y lloré. Cuando las esperanzas de que algo suceda son tan altas, cuando la expectativa de lo que podemos lograr rebasa cualquier lógica, cuando la emoción de vivir lo que sigue va más allá de cualquier razón, es cuando sentimos con más fuerza pero también cuando nos caemos desde lo más alto y cuando mas duele.
En mi opinión, hay dos formas de ver baseball: verlo fríamente con estadística, porcentajes y técnica en mano y planear el resultado acorde a lo que matemáticamente debe suceder, o ver el baseball con el corazón en la mano, analizando reacciones humanas de cada jugador y del equipo con posibilidades de desafiar cualquier probabilidad. Yo prefiero la segunda. Un fan de los red sox no puede verlo de otra forma.
Antes del milagro del 2004, cuando los redsox volvieron de estar tres juegos abajo contra cero ante los Yankees, no solo para alcanzar si no para ganar el playoff y posteriormente ser campeones, habían pasado 86 años. Fue en 1918 la última vez que Boston fue el máximo campeón del baseball de grandes ligas. Entre 1918 y el 2004 pasaron grandes jugadores, algunos reconocidos como leyendas del deporte, que empezaron y terminaron su carrera creyendo en los medias rojas, siendo media roja de camiseta y de corazón; Ted Williams jugo 19 temporadas, dos veces interrumpidas por cumplir su servicio militar como piloto de los Marines, todas con los medias rojas de Boston; Carl Yastrzemski vivió sus 23 años de carrera profesional haciendo historia con los red sox; Jim Rice, otro grande que dedicó su carrera entera desde 1974 hasta 1989 a ser media roja. Todos ellos tienen en común no solo haber sido grandes exponentes del deporte, haber sido la imagen perfecta de lo que es ser un media roja; también tienen en común el JAMÁS haberse llevado un anillo de serie mundial. Esas son agallas, mantenerse en pie y firmes con un equipo temporada tras temporada, con la frente en alto y la esperanza de una temporada más con la posibilidad de ser campeones; para ellos nunca sucedió. A partir del 2004 la historia de los redsox tomo otro rumbo, empezaron a cosechar triunfos en terreno preparado por el sudor y las lágrimas de los antecesores constantes y fieles que no se dejaron vencer a pesar de nunca haber ganado. Eso es baseball, ese es el espíritu de creer, esa es la magia que nos hace continuar en la lucha.
Todos los días nos levantamos sabiendo que cada año, de abril a octubre, hay otra temporada que nos da la esperanza de lograr el objetivo; pero, cual es realmente el objetivo? Ganar? Un anillo? Ese es el merito máximo, es la corona que nos pone en el escaparate público como grandes; pero al final del camino, el objetivo máximo fue sentir, vivir con pasión lo que más nos gusta, llenarnos el pecho de la energía que en cada momento nos recuerda que el final no esta escrito, que lo podemos cambiar, que podemos creer que sucede y que, mientras no llega, mientras no sepamos en que va a terminar, nos mantiene al borde del asiento sabiendo que sí se puede. Es importante tener en claro la meta, pero si en el camino a lograrla no vivimos cada paso con toda la intensidad y como si en eso te fuera la vida, si nos permitimos pensar en la posibilidad de fracasar en el intento, si no nos reconocemos vulnerables al final para disfrutar la gloria o llorar el fracaso, entonces la magia se nos escapa de las manos; es vivir con estadística y probabilidad; es vivir considerando que podemos no llegar. Es vivir por vivir, y en la vida como en el baseball, el juego no acaba hasta que se acaba.